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SI VAS A ENSEÑAR LA PALABRA ¡TEN MUCHO CUIDADO!

Por Pablo Pereyra

Santiago 3:1 (RVA)
Hermanos míos, no os hagáis muchos maestros, sabiendo que recibiremos juicio más riguroso;

Santiago aquí nos dice que los maestros van a recibir un juicio más riguroso que el resto. Esto no sólo corre para los maestros de la Palabra, sino, en general, para quienes se ponen como guías o líderes de otras personas.

Aclaro que, si bien dice “hermanos” y “maestros”, en el griego estas palabras son inclusivas para hombres y mujeres, estas instrucciones son para todo el que quiera enseñar la Palabra o guiar e instruir a otras personas, sea hombre o mujer.

La doctrina de alguien que lidera o enseña sobre la Palabra no sólo le afecta a sí mismo, sino a las personas a las que le habla. Un líder, pastor o maestro tiene influencia sobre otras personas.

Aquellos que no han alcanzado madurez espiritual saben que no pueden por sí mismos aprender o entender muchas cosas de la relación con Dios y necesitan confiar en alguien que los guíe, para esto mismo el Señor dio funciones ministeriales (Efesios 4:11-12). Por lo tanto, quien ejerce alguno de estos roles tiene una gran responsabilidad y debería hacerlo con total respeto y amor hacia Dios y hacia sus hermanos en Cristo.

Por supuesto, nadie tiene la absoluta verdad en todo, el mismo apóstol Pablo dijo “en parte conocemos y en parte profetizamos”. Todos podemos equivocarnos, aún el mejor maestro de la Palabra. No obstante, el punto central está en la actitud de esa persona. Un buen maestro debe estar dispuesto a cambiar si se halla en error y reconocer esos errores, jamás debería poner su orgullo por encima de la verdad de Dios.

Además, un buen servidor de Cristo jamás va a usar la Palabra para ganar dinero, fama, prestigio, etc. Es posible que un líder o maestro que haga bien las cosas esté bien económicamente y tenga el cariño y reconocimiento de mucha gente (como sucedió con Jesús mismo), pero estas cosas son un subproducto de su trabajo y no deberían ser su objetivo central.

El buen maestro de la Palabra va a hacer su trabajo para Dios aún si esto significa estar solo, hambriento y sufrir persecución, como le sucedió al apóstol Pablo (2 Corintios 4:8-11).

Santiago sigue diciendo:

Santiago 3:1-2 (RVA)
|1| Hermanos míos, no os hagáis muchos maestros, sabiendo que recibiremos juicio más riguroso;
|2| porque todos ofendemos en muchas cosas. Si alguno no ofende en palabra, éste es hombre cabal, capaz también de frenar al cuerpo entero.

Un buen maestro de la Palabra debe saber refrenar su lengua, intentar no ofender de palabra a los demás. Esto no quiere decir callar la verdad para no generar discordias, la verdad tiene que ser predicada y muchas veces ofende a quienes no quieren creerla, no obstante, un maestro no tiene que estar buscando peleas por todos lados. Hay que combatir a la mentira y falsedad, pero con amor y respeto, no con insultos, descalificaciones y falsas acusaciones hacia otros.

Lamentablemente, hoy está sucediendo lo que dijo Pablo a Timoteo en 2 Timoteo 4:3 y 4, donde advirtió que en un tiempo la gente no iba a soportar la sana doctrina y se iban a acumular maestros “conforme a sus propias pasiones”. ¿Qué significa esto? Que muchos que se dicen “maestros” de la Biblia, en lugar de enseñar la verdad de Dios, señalando el pecado para generar un cambio de conducta, como ellos mismos no “soportan” el tener que vivir como Dios manda, alteran las Escrituras, la “reinterpretan” y enseñan una doctrina que es más “cómoda” para la gente, porque no les incita a cambiar lo que está mal, es una doctrina que se acomoda a los propios deseos y pasiones pecaminosas de la gente.

Ya en los tiempos de Pablo había gente que predicaba a Cristo por envidia y contienda (Filipenses 1:15-18). Pablo se alegraba de que, aunque por motivos incorrectos, el evangelio era predicado, pero eso no los justifica, cada uno tendrá que rendir cuentas por lo que predica.

Enseñar una doctrina falsa es un pecado tan serio que Pablo dijo que si alguien predica un evangelio diferente sería considerado anatema, lo cual significa “condenado a destrucción” (Gálatas 1:7-8).

También en Romanos 2:19-23 Pablo habla de la importancia de que el maestro practique aquello que enseña. Si alguien enseña que no se debe robar, no debería robar; si enseña que no se debe adulterar, no debería cometer infidelidad; etc. Un buen maestro debería predicar con el ejemplo. Esto no significa que no vaya a cometer pecado, todos pecamos, pero al menos su conducta habitual no tiene que ser en pecado, mucho menos aquello que está predicando como incorrecto.

Teniendo en cuenta todas estas cosas, podríamos pensar que la Biblia está desalentándonos a enseñar la Palabra, pero es todo lo contrario, la Biblia también reprocha a quienes, habiendo pasado ya cierto tiempo expuesto a la doctrina bíblica, no están enseñando y sirviendo a Dios:

Hebreos 5:11-12 (RVA)
|11| De esto tenemos mucho que decir, aunque es difícil de explicar, porque habéis llegado a ser tardos para oír.
|12| Debiendo ser ya maestros por el tiempo transcurrido, de nuevo tenéis necesidad de que alguien os instruya desde los primeros rudimentos de las palabras de Dios. Habéis llegado a tener necesidad de leche y no de alimento sólido.

Estos creyentes ya deberían haber sido maestros, pero tenían necesidad de las doctrinas básicas, aún no habían madurado espiritualmente. Así que, si bien no es bueno enseñar sin saber lo que enseñamos, tampoco es la voluntad de Dios que una persona se quede toda su vida estancada en ser un mero oyente de la Palabra.

La persona que enseña y sirve a Dios fielmente tiene una gran responsabilidad, pero también será recompensada por eso. Cuando llegamos a cierto punto en nuestra comprensión espiritual y nuestra relación con Dios, el llamado de Dios nos “grita” internamente, sabemos que la responsabilidad es grande, pero también entendemos que Dios necesita obreros que prediquen la salvación al mundo (Lucas 10:2). Es así que hablar la Palabra se convierte en nuestra necesidad, como dijo el apóstol Pablo:

1 Corintios 9:16 (RVA)
Porque si anuncio el evangelio, no tengo de qué jactarme, porque me es impuesta necesidad; pues ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!

La información sobre las versiones de la Biblia citadas en este estudio y otros puede verla en la siguiente página: Referencias de versiones de la Biblia

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