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EL PODER DE LA MULTIPLICACIÓN

Por Pablo Pereyra

Un padre de familia pidió a sus dos hijos, de 15 y 12 años, que le ayudaran con las tareas de la casa durante un mes en que él iba a estar con mucho trabajo. Para incentivarlos les prometió pagarles diariamente por su trabajo, les ofreció darles $100 por cada día de trabajo, al final del mes tendrían $3.000. El hijo mayor aceptó muy contento la oferta, sin embargo, el menor pidió al padre si podía darle 1 centavo por el primer día de trabajo, luego 2 centavos el segundo día, 4 centavos el tercer día y que duplicara cada día el monto hasta terminar el mes. Este padre intentó convencer a su hijo de que el trato no le convendría y le explicó que $100 equivalían a 10.000 centavos. Pero el niño insistió y el padre aceptó hacer el trato con su hijo.

Los niños comenzaron por cumplir con su parte de hacer las tareas hogareñas que su papá les encomendó y cada uno recibió la paga que había pactado, el primer día, el mayor recibió sus $100 y el menor recibió 1 centavo; el segundo día el mayor recibió otros $100 y el menor 2 centavos; el tercer día el mayor volvió a recibir sus $100 y el menor 4 centavos. Ya para el cuarto día el padre, viendo que su hijo menos estaba recibiendo mucho menos de lo debido por su trabajo, le propuso cambiar el trato, le daría $100 como al otro hermano, e incluso le pagaría $100 por los días anteriores, sin embargo, el niño insistió que quería seguir con su trato inicial. Y así, el cuarto día el hijo mayor recibió otros $100, y el menor 8 centavos. Así pasaron los días, hasta que, al llegar la mitad del mes, el padre tuvo que cancelar el trato con su hijo menor, porque se dio cuenta que al final debía entregarle ¡más de $10.000.000! No le alcanzaría vender todo lo que tenía para pagarle a su hijo. ¿No lo creen? ¡Hagan la cuenta!

En este cuadro muestro el dinero que el niño debía recibir cada día:

    1 – 1 centavo
    2 – 2 centavos
    3 – 4 centavos
    4 – 8 centavos
    5 – 16 centavos
    6 – 32 centavos
    7 – 64 centavos
    8 – 128 centavos ($1,28)
    9 – $2,56
    10 – $5,12
    12 – $20,48
    13 – $40,96
    14 – $81,92
    15 – $163,84
    16 – $327,68
    17 – $655,36
    18 – $1310,72
    19 – $2621,44
    20 – $5242,88
    21 – $10.485,76
    22 – $20.971,52
    23 – $41.943,04
    24 – $83.886,08
    25 – $167.772,16
    26 – $335.544,32
    27 – $617.088,64
    28 – $1.342.177,28
    29 – $2.684.354,56
    30 – $5.368.709,12

Si sumamos todos los valores nos da un total de $10.737.417,24. ¡Esto iba a recibir el niño durante sólo un mes!

Esta pequeña historia sirve para ilustrar cómo es que muchas veces las apariencias engañan y cuánto más potente se vuelve la multiplicación que la suma, dado el tiempo adecuado. Mientras que el hijo mayor concentró su atención en la cantidad inmediata de dinero que recibiría, el niño menor propuso un trato que se centraba en la cantidad potencial. El trato del hijo mayor estaba basado en la suma, y daba resultados inmediatos, pero el trato del hijo menor, basado en la multiplicación, aunque al principio pareciera totalmente injusto y desproporcionado, al final terminaba por redituarle más de un 3000% más que el trato de su hermano.

¿Y qué tiene que ver esto con la vida del cristiano?

Aquí está lo interesante, muchas veces solemos basar nuestras vidas en la inmediatez del momento, solemos buscar el beneficio inmediato de todo lo que hacemos, en lugar de pensar en el beneficio potencial, lo que puede redituar nuestras acciones a futuro. Solemos actuar y tomar decisiones en base a sumas y no en base a multiplicaciones. Esto sucede incluso en el marco de la prédica cristiana.

Con mucha frecuencia los cristianos que evangelizan y llenan las iglesias suelen acaparar la atención de otros creyentes, la cantidad inmediata de asistencia que ellos generan impacta a los sentidos. Sin embargo, son poco valorados aquellos hombres de Dios que se ocupan de afianzar la fe de unos pocos creyentes. Pero, como en el ejemplo de los niños, afianzar la fe de unos pocos al final resulta más fructíferos. Por un lado, tenemos a una persona que llena una iglesia con 1000 personas en un par de años, pero si esas personas no afianzan su fe al punto de convertirse en nuevos servidores de Dios, terminan por ser sólo 1000 asistentes de la iglesia sin demasiado peso en la obra de Dios. Por otro lado, si un ministro se ocupara de afianzar en la fe y servicio a Dios, aunque más no sea a 2 personas, y cada una de esas dos personas afianzan en la fe a otras 2, y luego las 4 que siguen cada una trabaja por la madurez de otras 2 cada una, al principio puede parecer un trabajo de poco valor, pero con el efecto multiplicador en 30 generaciones habrían más de 10 millones de personas firmes en la fe.

Ahora bien, esto no significa que el trabajo del que reúne 1000 personas no sea válido, la idea es demostrar que hay formas de servicio que suelen ser menospreciadas y son de gran valor. El apóstol Pablo dijo lo siguiente, en Efesios 4:

EFESIOS 4:10-12 (RVA)
(10) El que descendió es el mismo que también ascendió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo.
(11) Y él mismo constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y maestros,
(12) a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,

Aquí se mencionan cinco funciones especiales con las cuales Jesucristo dota a ciertos cristianos para que edifiquen a todo el Cuerpo de Cristo. Entre esas funciones, la del evangelista consiste en predicar el evangelio. Si bien el evangelio es algo que debe ser predicado y enseñado tanto a gente incrédula como a cristianos maduros, por lo general el evangelista busca nuevo “terreno” donde plantar la semilla de la Palabra.

Por otro lado, un pastor es alguien que está a cargo de un “rebaño”, cuida a las personas que están creciendo en Cristo. Algunas denominaciones usan mal la palabra “pastor” para simplemente llamar así a un líder o una persona a cargo de una congregación, sin embargo, el pastor, en las Escrituras, es una persona que cuida de las necesidades de las personas que tiene a cargo, las conoce, se involucra con ellas, y se preocupa por ellas. El pastor ayuda a las personas para ser alimentados con la Palabra y crecer en su madurez espiritual.

Efesios también menciona a los maestros, que son quienes enseñan la Palabra de Dios, van proveyendo de mayor entendimiento a los que ya son creyentes. En realidad, en el texto griego, “pastores y maestros” están unidos gramaticalmente queriendo señalar que el pastor debe ser un maestro de la Palabra. Los pastores y maestros por lo general no son hombres “de campo”, no son los que salen a predicar a todo el mundo, sino que son los que se quedan en un lugar cuidando y alimentando a los que ya han creído. Por supuesto, todos los creyentes podemos y debemos evangelizar, y podemos enseñar lo que sabemos y preocuparnos por otros, pero hay algunos que son especialmente equipados por Dios para estas funciones y lo hacen mejor.

Es así que un misionero evangelista, alguien que predica a los incrédulos, es alguien que está sumando a la congregación, mientras que los pastores y maestros pueden considerarse gente que trabaja en la multiplicación, porque cuando los creyentes son afianzados en la fe, van a servir a Dios y predicar el evangelio a otras personas.

Entonces ¿a cuál función hay que aspirar? Aquí está la trampa, en pensar que una cosa es mejor que la otra en lugar de ver el beneficio que hay en complementar las funciones. ¿Qué pasaba si el niño del cuento en lugar de comenzar recibiendo 1 centavo comenzaba recibiendo $100 y luego iba multiplicando esos $100? ¡El dinero recibido sería incalculable! Entonces, imagínense cuánto beneficio se puede lograr cuando una persona predica, sumando gente a una congregación, y otros reciben a esas personas y las afianzan en la fe, logrando así el efecto multiplicador.

1 CORINTIOS 3:4-6 (RVA)
(4) Porque cuando uno dice: “Yo soy de Pablo,” mientras otro dice: “Yo soy de Apolos,” ¿no sois carnales?
(5) ¿Qué, pues, es Apolos? ¿y qué es Pablo? Sólo siervos por medio de los cuales habéis creído; y a cada uno según el Señor le concedió.
(6) Yo planté, Apolos regó; pero Dios dio el crecimiento.

En este caso, los creyentes corintios se peleaban diciendo que uno seguía a Pablo y otro a Apolos. Unos pensaban que Pablo era mejor creyente o predicador y otros pensaban que el trabajo de Apolos era mejor. Pablo aquí les dice que esas discusiones y pensamientos eran carnales, porque la obra es de Dios. Pablo es el que plantó (les predicó el evangelio para que fueran salvos), Apolos luego regó (los cuidó para que sean afianzados en la fe), pero el crecimiento lo dio Dios, o sea, Dios es Quien está liderando la obra para que produzca fruto.

Así que, en lugar de preocuparnos por cuál función es mejor, y en lugar de mirar a los cinco sentidos qué persona es más “creyente” o tiene un ministerio más “poderoso”, miremos a Dios, busquemos primero la sabiduría de Dios, que Él nos muestre cuál es la función que debemos cumplir en el Cuerpo. Y luego busquemos la unidad y complemento con otros cristianos con un mismo sentir. Tenemos que aprender no sólo a hacer nuestra parte en la obra de Dios, sino a confiar en otros creyentes con otras funciones para complementarnos, sabiendo que Dios no encargó toda Su obra a una sola persona, sino que cada creyente tiene parte en Su obra y cada uno de nosotros tiene algo importante que aportar.

La información sobre las versiones de la Biblia citadas en este estudio y otros puede verla en la siguiente página: Referencias de versiones de la Biblia

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